5/14/2006

Religión sin salvación


“El consumo es hoy el rey de la creación”, dice Vicente Verdú. Muy acertado. El consumo ha conseguido desplazar a Dios y a las religiones a un margen residual. Lo que conocieron nuestros padres no tiene nada que ver con lo que conocemos nosotros. Ellos iban a misa, a grandes templos. Nosotros acudimos a los centros comerciales a rendir culto. Las tiendas de la calle son como pequeñas y preciosas capillas donde la compra se realiza más recogidamente, de manera más íntima. Tenemos un cura en cada casa, es cuadrado y emite mensajes bancarios llenos de valores intencionados que nos conducen a consumir más. La tele se permite el lujo de juzgar los pecados de las personas y además hace milagros: cura al enfermo, hace feliz al desgraciado, rico al pobre, guapo al feo… Dedicamos a la tele más tiempo que a cualquier otra actividad; en ella imploramos al Dios consumo, le rezamos y adoramos, le deseamos y esperamos. Su doctrina dice: ve al templo, consume, cumple con tus obligaciones: trabaja y consume. La recompensa, además, es inmediata. Satisfacción y realización. Ya no hay que esperar a vidas futuras para obtenerla. Pero ¿y la salvación? ¿Dónde está la salvación? que decía Rosendo. Este nuevo Dios no propone salvaciones, solo promesas y expectativas, sólo prisiones y cárceles de deseo. Porque el consumo es como un laberinto en el que nunca encontramos la salida definitiva y donde a una puerta sigue otra puerta y otro pasillo. El mercado, el consumo y los medios: la Santísima Trinidad.

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